2016 no fue un año muy diferente a los últimos que vivimos; un año intenso, cargado de agresiones y de resistencias. Marcado por la profundización de la crisis civilizatoria del capitalismo, que cada vez afecta más a los derechos fundamentales de las grandes mayorías.
Observando nuestro entorno con realismo, constatamos la enorme influencia que tienen las políticas diseñadas desde la troika, que interviene los estados mediante un código legislativo y fiscal muy exigente para cumplir con los intereses financieros, pero poco o nada exigente para cumplir con los derechos fundamentales de la población. Así nos encontramos por ejemplo con las políticas europeas de deportaciones masivas y la externalización de fronteras para contener los flujos migratorios y de refugiados/as.
Para mayor vergüenza de la Unión Europea, el mare nostrum sigue siendo un espantoso cementerio, y nuestras costas lugares inhóspitos y peligrosos para quienes arriban huyendo de la miseria, el hambre y la guerra que en gran medida nuestro propio modelo provoca.
Ante a la incertidumbre financiera global, la UE diseña y promueve tratados de libre comercio, como el CETA con Canadá o el TTIP con EEUU, para asegurar un espacio libre de trabas y seguro para la inversión y el comercio, unificando el mercado mundial por arriba en favor de las empresas transnacionales y en perjuicio de la población. Pero frente a ello, se construye la resistencia de los pueblos, con miles de personas en las calles, y cientos de organizaciones sociales de vanguardia en todo el mundo, denunciando, acusando y difundiendo alternativas.
Este mismo capitalismo en crisis, marca también el escenario en el Estado español, con una enorme brecha social y económica que muestra a las claras la transferencia de rentas en favor de las grandes fortunas, y del sector público en favor del privado. Y con una enorme cantidad de casos gravísimos de corrupción, que muestran su carácter sistémico.
En Latinoamérica asistimos con expectación a la firma de los Acuerdos de Paz en Colombia entre las FARC y el gobierno, que se puso en marcha a pesar del inesperado ‘no’ en la consulta ciudadana, aunque en la práctica y paradójicamente, en lugar de más paz, está dejando más violencia. Frente a esto, las organizaciones sociales colombianas, campesinas, indígenas, de derechos humanos y sindicales, tan curtidas en la lucha tras siglos de opresión y represión, conforman una sólida resistencia.
También asistimos con estupor a la victoria de Donald Trump en EEUU, que marca un nuevo tiempo en la geopolítica global; y con no menos sorpresa a la decisión soberana del Reino Unido de abandonar la Unión Europea, mostrando signos de agotamiento y debilidad en este proyecto.
A pesar de la represión y la criminalización de las luchas sociales, ambientalistas, de defensa del territorio y de los derechos humanos, frente a los grandes proyectos mineros, metalúrgicos, energéticos o hidráulicos; frente al deterioro de la vida y la naturaleza, frente al capitalismo como única regla; y a pesar de los cientos de asesinatos de dirigentes como el de Berta Cáceres o Isidro Baldenegro, los pueblos se movilizan y se arman de razones para mantenerse firmes y en resistencia.
Y en resistencia se mantiene también nuestra organización, en lo interno y hacia el exterior, conscientes como somos de ser un instrumento político y social modesto pero útil en la lucha contra la injusticia global.
Esta resistencia no sería posible sin la fuerza y sin el compromiso internacionalista y solidario de quienes forman parte de esta organización: socias y socios, trabajadoras y trabajadores, así como la confianza de aquellas instituciones que apostando por el cambio, confían en nosotras y nosotros.
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